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El atracón de la modernidad

“El Estado no puede suplantar a la sociedad como educador de la conciencia moral”. Así habló monseñor Juan Antonio Martínez Camino en la rueda de prensa posterior a la reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, y a raíz de la publicación de las sentencias del Tribunal Supremo relativas a la asignatura de Educación para la Ciudadanía. No es que sea especialmente plato de buen gusto darle la razón. No voy a engañar a nadie. Pero aquí, la lleva. Que sí. Que el Estado no es todopoderoso, ni ambivalente, ni nada que se le parezca. Que está compuesto por personas, tan imperfectas como el resto. O más. ¿Que por qué? Porque los defectos no hacen sino multiplicarse cuando uno concentra poder sobre las palmas de sus manos.
Pero la sociedad es “moderna”, “progre” y lo que haga falta. Aquí cada uno campa a sus anchas. Cualquier manifestación que incluya la palabra “tradicional” o suponga tirar de raíces se carga de negativismo. Borrón y cuenta nueva. Unos vienen y otros van. Que hago, pues deshago. Que quito, pongo. Y la casa sin barrer. Así estamos, de pelusas hasta el cuello. Atragantados de ellas. Tanto, que no decimos nada. A lavarse las manos. O ni eso.
Así son gran cantidad de familias hoy día. Madres con dedicación exclusiva a su persona, padres que no aparecen, hijos e hijas que lo hacen menos aún… “Yo es que soy muy liberal y muy moderna”, alardea la “mari” de turno. Sí, tronca. Mazo. “Mi madre es la hostia”, responde el nene con 16 añitos después de que la madre le suelte 100 euros para no verle el pelo en todo el fin de semana. “Ya es mayorcito y sabe lo que puede y lo que no puede hacer”. Y una mierda. A ver si ahora va a resultar que al pasar los 15 somos todos omniscientes.
Que no. Que la educación no pasa por los centros. Que no es sinónimo de conocimiento. Que lo que allí se enseña son Matemáticas, Literatura, Historia, Geografía. Que el civismo, las formas y los valores se maman, y es una expresión literal. La base del comportamiento humano empieza ahí. Abajo. Desde las primeras miradas. Las primeras situaciones. Que somos lo que vemos, en la mayoría de los casos. Y así, sólo así, siendo lo que vemos, vemos lo que somos. A la cola de Europa en cuanto a nivel educativo. ¿Qué? ¿Triste? Sí, mucho. Pero no tanto como la convicción de que un estudio familiar seguro nos dejaría aún más atrás.
¿Y cuál es la solución? Libertad, libertad, sin ira, libertad. Qué buena imagen. Que desde arriba bajen y hagan el favor de darse una vuelta por el ambiente nocturno (y diurno) de cualquier ciudad. Que investiguen. Que descubran a qué edad se fuma el primer cigarro. A cuál el primer porro. A cuál se bebe el primer cubata, se tienen relaciones sexuales y se mete la primera ralla. Que los resultados iban a cambiarle la cara a más de uno.
Pero no. Amén, no vayamos a parecer carcamales. Eso sí, Educación para la Ciudadanía para los jóvenes, porque a los padres parece no hacerles ninguna falta, ¿no? Respeto, solidaridad, hermandad. Constitución. Derechos. Qué bonito. Que los maestros suplanten a los progenitores. Carguemos sobre ellos la responsabilidad de nuestros hijos. Carguemos contra ellos nuestra frustración, nuestra incapacidad de asumir el contrato vital que hemos firmado al traer una vida al mundo. Que el Estado los eduque. O los matamos antes de nacer. Una complicación menos. Y a nosotros, que nos dejen en paz, que para un rato libre que tenemos no lo vamos a desperdiciar. "Una sociedad que no asegura la vida de los no nacidos es una sociedad que vive en una seria violencia interna", añadía el obispo Camino ilustrando la actualidad.
Y es que atentar contra todo lo que no esté bajo nuestra política o gusto no es libertad. Fomentar el extremo, dar carnaza a las bestias que la piden es libertinaje e hipocresía. Sí a la libertad y la variedad religiosa y cultural. Sí a las uniones (ojo con el término) homosexuales, ¿por qué no? Sí a una regularización y control del aborto. Sí. Claro que sí. Pero los atracones es lo que tienen, que empachan. Y la sociedad está vomitando el convite de progreso repentino. La prueba está en que nada ha cuajado del todo. Al homosexual y al inmigrante se les sigue insultando, porque los han enfrentado cruentamente a la familia tradicional y a los trabajadores del país. A los musulmanes, una de cal y otra de arena. Te tiendo la mano, pero cuidado con mancharme. Al diferente se le excluye, porque nos lo han metido en una olla a presión en la que ya no cabe nada más. Y va a estallar.
Que no se puede ir más rápido que el pueblo. Que aún hay racismo y homofobia. Y mucho. Que el primer paso es concienciar y, el segundo, actuar. Y no sirve al revés. Miento. A los políticos de este autoritarismo cool que sólo busca la batalla, la polémica que da tan gloriosos votos, sí. Les sirve para seguir desgañitándose con estupideces en su esfera de poder. Para convencer engañando y disfrazando la realidad con utopías de perfección que ojalá se cumpliesen. Para mantenerse en sus asientos privilegiados viendo el panorama. Ese. El de la (nula) educación de la ciudadanía. Progreso social. Literatura y más literatura. Teorías vagas. La práctica, ¡ah! Nos vendamos los ojos. Total, lo importante es la carta de presentación. Nadie lee la letra pequeña.