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19 de marzo de 2015 | Alejandro Miranda Pozo

Transformaciones políticas y sociales en Andalucía

Todos aquellos nietos del prototipo andaluz de antaño nos saludamos cada mañana en las aulas universitarias con el afán competitivo de superarnos los unos a los otros, sin disimular que un amplio porcentaje (y ya es un secreto a voces) saldrá por la punta de esa competición colaborando en engordar la facturación de Raynair. Quizás es apresurarse en dibujar una realidad cogida con pinzas pero lo cierto es que cada Semana Santa en casa de los abuelos se cabrá a más albóndigas por los que imaginamos redobles de tambores desde el extranjero.

Roto casi el navío sería ilícito pensar que los andaluces no hemos ganado con el devenir del tiempo. Aquí entramos de lleno en la tesitura de bajo qué circunstancias por el simple hecho de la siguiente reflexión: si ahora estamos como estamos… ¿cómo estaríamos antes? Nuestro dialecto forma parte del lenguaje político y se normaliza en los medios de comunicación, poco a poco se extienden los disidentes de ese fuerte arraigo de la tradición, el campo andaluz ha experimentado la mecanización de los trabajos, modernización de riegos y generalización de las nuevas tecnologías en los sistemas de procesado y comercialización, permitiendo así que el perfil de jornalero haya tornado en un gremio capaz de sustentar sus hogares y situarse en un relativo estatus de bienestar. Lo que ocurre es que en Andalucía las transformaciones sociales, políticas y económicas son imperfectas, basta con desmontar uno a uno los ejemplos que se acaban de citar: seseos y ceceos cierran puertas y continúan asociándose más allá de nuestras fronteras al sujeto poco instruido, incluso entre “el ladrón de la misma condición” es preferible deleitarse con un acento de puertas para afuera mientras se mira el noticiario. Como señaló Machado (andaluz, dicho sea de paso), “de charanga y pandereta”, salvaguarda de la España rancia es ya una Andalucía que parece continuar estancada en la falta de tolerancia y pluralismo con respecto a sus divinidades, sin obviar que en lo económico la paradoja de facto no es más que el puente desde una situación de pobreza con dignidad a una lamentable marginación asistida.

Hemos cambiado sí, pero yo no sé si viendo lo visto los nietos vamos a querer sumarnos al cambio. Fiscalizando no sabemos si la culpa de ser una de las regiones más atrasadas de Europa nos pertenece o si, por contra, habríamos de pedir explicaciones a los ocupantes de los sillones del palacio de San Telmo. En cualquier caso, si las transformaciones sociales son poco relevantes y continúan arrastrando resquicios del pasado, no digamos ya de la política andaluza. Más de treinta años en los que la mano nunca ha soltado la rosa, lo que está pasando es que de tanto sujetarla acabará por pincharse alguna espina aunque por el momento daños importantes, ni uno.

Si no es la manera de hacer política, el comportamiento de la ciudadanía se encuentra en pleno proceso evolutivo. Cabe puntualizar un factor que es vital para entender la estructura socio-política de nuestra comunidad autónoma: los cleavages centro-periferia y rural-urbano. Así, se abre una brecha entre el seno de las grandes ciudades andaluzas y los municipios aledaños tanto en participación como en intencionalidad de voto; de modo que en su mayoría los pueblos continúan confiando en agrupaciones políticas tradicionales o mayoritarias frente a la apuesta urbana por candidaturas emergentes. Hace tiempo que a Andalucía le toca cambiar para despegar renovada y limpia, para hacerse valer y ocupar una posición que sin tener por qué ser pionera sea mejor que la actual (algo no muy difícil); se vaticinan transformaciones, en el mejor de los casos tan solo se pinchará la mano con la espina, en el peor, la rosa se marchitará.

En la evolución está saber adaptarse a los nuevos cambios. Nuestros abuelos no se ilusionaron componiendo un estatuto para embalsamar cadáveres políticos ni para reforzar lo arcaico ante una población española cambiante y cosmopolita. Ahora bien, aunque colabore en alimentar este inmovilismo, lucharé para poder seguir probando las albóndigas de mi abuela muchos años más. Así es el andaluz, dinámico pero conservador en lo que configura su identidad sociológica, puede que también política. Nunca está de más el experimento, aunque para ir a peor, señores, yo me quedo como estoy.

 

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