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6 de febrero de 2016 | Pelagio Forcada Serrano

Camino de la UVI

No sé si merece la pena analizar la profunda inconsciencia de tantos deplorables petimetres, sin uso de razón ni sano juicio, a los que habría que dar una colleja para abrirles el seso y que no se dejaran embaucar por soflamas falaces y mantras retóricos que no caben en las reglas de juego de la Constitución del 78. Sin embargo, es aún más patético y bochornoso, pensar que gentes que parecen formadas, estudiadas e ilustradas, den muestras de una ignorancia supina al votar a hordas insolentes y partisanos belicistas, capaces de incendiar la sociedad con mera palabrería vacua, vomitada con mucho coraje y más odio, a sabiendas de no decir nada, de no saber qué se dice, de decir lo que no se sabe. Su obsesión es enfardar “todo y nada” con afectación y engolamiento, sin otro interés que emporcar a “ineptos y próceres” débiles, incapaces de  percibir el caos al que nos pueden llevar los que aclaman la “democracia” venezolana, iraní o comunista. Y es que muchos ciudadanos se pueden equivocar, y de hecho se equivocan al votar.

De aquella permisividad, estas consecuencias. En una democracia hay normas, leyes, derechos y deberes, y lo que no se debe permitir, no se puede tolerar, si es cierto y lo es, o lo tiene que ser y para todos, que donde empiezan los derechos de los demás, terminan los propios.

Por eso, nunca se debió consentir la hecatombe producida hace unos años en la Complutense, por una cuadrilla de golfos y crápulas propios del hampa, que inflamaron el borreguil ambiente estudiantil, a sabiendas de sus mentiras y con la connivencia del rector; algunos profesores y muchos alumnos debían haber afrontado con serenidad y rigor el asalto comunista y revolucionario, que impedía no sólo la objetiva actividad académica, sino todo tipo de actos culturales y asociativos que no tuvieran su licencia.

Esta caterva tenía que haber sido frenada: por no respetar la convivencia universitaria; por hurtar los derechos a quienes se oponían a ellos; por impedir por la fuerza la libertad de información, promoviendo violentos escraches contra la difusión de ideas y opiniones distintas a las suyas; por asaltar la capilla de la Complutense… Pero ellos hablan de libertad de información, de medios de comunicación públicos, los únicos libres y no corruptos, ni manipulados, ni dirigidos (“qué risa”), para que sólo exista información única y opinión ninguna. Nimiedades en comparación con la ingente palabrería vociferada, filosófica, sicológica, sociológica y políticamente argumentada, y de hechos aberrantes impulsados desde hace algún tiempo por esta patulea revolucionaria.

Ya se veía venir, más claramente desde que el movimiento de indignados del 15 M. , invadió “La Puerta del Sol”, sin respetar lo más mínimo los derechos de la ciudadanía viandante, ni de los comercios impedidos en su labor. Se les permitió y no se les exigieron daños y perjuicios.

Como en este país, en España, casi nada tiene importancia, casi todo vale y se deja decir y hacer,  sin darle importancia, para que nadie se moleste, ha ocurrido igual que pasó con los proetarras de Sortu, ahora Bildu, que han ido sorteando los recovecos del derecho para poder presentarse a las elecciones, lo malo es que se les ha consentido; y con los independentistas catalanes, a quienes siempre se les ha pasado la mano por el lomo para que no se enfaden, Ahora, a este nuevo “partido marxista, comunista, bolivariano, chavista revolucionario”, que defiende la excarcelación de los etarras asesinos, porque no mataron a ningún familiar o amigo suyo, y que lo hicieron “dicen”, por causas políticas, se les otorga también, hecho imposible en una democracia madura, presentarse a unas elecciones democráticas, a pesar de manifestar su desacuerdo con las reglas de juego. A quien no respeta el reglamento vigente, no se le debería conceder jugar el partido.

Qué bonito quedó a su más alto mandamás, en uno de sus últimos mítines, guardar y esconder al “rottweiler” (antiguo dóberman en el P.P.), y hablar con ternura, suavidad y delicadeza, para convencer a ilusos y pusilánimes, de que los demás son los gritones y parlanchines vocingleros. Después de todo lo oído y en el tono proferido, ha logrado engatusar con su petulante soberbia, a miles, a millones de desaprensivos.

Y tras los resultados se ha erigido en timón del cambio. Le faltó decir en la noche electoral: “Quien no me haga caso, que se atenga a las consecuencias”. Vamos, al más puro estilo Nicolás Maduro. Quizás no sepa que, ojalá hubiera consenso para cambiar La Constitución, con el fin de  que partidos antidemócratas confesos no puedan jugar; para que se cambie la ley electoral muy injusta hoy, pero también para que sus intentos y los de los nacionalistas catalanes de romper la unidad de España, la decidamos todos, y si no es así, amparados en la ley, se suspenda el estado de las autonomías. ¿No creen que si se promueve un referéndum de independencia para Cataluña, también lo exigirían vascos, gallegos, andaluces, y los ciudadanos de otras comunidades autónomas, y por qué no, de cualquier provincia, ciudad o pueblo? ¿No tendrían el mismo derecho?.

Entre estas gentes estamos, que como dijo él: “Gentuza, en este caso, de posición acomodada, integrada en “la casta” a la que tanto desprecian, salpicados ya, sin haber pisado moqueta, de corrupción tributaria y moral; además si conocieran la urbanidad y buenos modales, cuidarían la imagen externa, que es el espejo del alma, pero el desaliño se ve que le reporta más votos. ¿Qué haría con chaqueta y corbata un ferviente autoproclamado comunista?

Si tras los resultados electorales del 20 D, que presentan una situación cuasi ingobernable, existieran mujeres y hombres, estadistas y “estadistos”,  demostrarían madurez democrática formando una coalición entre los dos grandes partidos, que recuperaría su credibilidad perdida, daría necesaria e imprescindible estabilidad y unidad a España y solventaría de forma consensuada los problemas de los españoles: empleo, educación, sanidad, terrorismo y unidad nacional. Tanta diferencia no hay entre socialdemócratas y cristianodemócratas, aunque a algunos se les llene la boca de hablar de recortes sociales, iniciados en la anterior legislatura, y que ha habido que continuar en ésta para salir del atolladero.

 Sin duda, esa coalición, frecuente en las democracias consolidadas, reforzaría a unos y otros, debilitaría a los emergentes, sobre todo de la trasnochada extrema izquierda, y sentaría las bases para atraer capital extranjero, ayudar a crear pequeñas y medianas empresas como mayor fuente de empleo, que fortalecerían la economía y el libre mercado, indispensable para la mejora salarial y el estado de bienestar. La altura de miras, la visión de futuro, y pensar de una vez por todas en los ciudadanos, evitaría que el enfermo entrara en la unidad de cuidados intensivos.

 

 

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