Recientemente se ha publicado en “Adarve” un interesante artículo titulado “Petróleo y crisis económica”. Su autor, José Luís Pérez Pulido, hacía un llamamiento a políticos, entidades locales y ciudadanos sobre “la necesidad de hacer del ahorro de energía una asignatura principal de nuestras vidas. El artículo está bien documentado, pero cuando el autor dice que “deberíamos prepararnos aunque sólo sea por precaución” da la impresión de que pretende no ser alarmista aun cuando él sí está alarmado.
En los años 80 se acuñó el término de “desarrollo sostenible” como aquél que permite satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas. Es un concepto al que todo el mundo está dispuesto a adherirse: políticos, enseñantes, periodistas, ecologistas y amas de casa. Y todos tranquilos porque alguien se encargará de llevarlo a cabo. Sin embargo han pasado más de veinte años y la AIE (Agencia Internacional de la Energía) lo dice bien claro: Las tendencias actuales del suministro y consumo de energía son claramente insostenibles, tanto desde el punto de vista ambiental como del económico y social. Esta es la cuestión. La sostenibilidad engloba muy diferentes conceptos pero, considerando sólo la energía y el medio ambiente, con las tendencias actuales, el desarrollo sostenible no es posible. Para la Agencia no es sostenibilidad que para el 2030 el consumo energético crezca un 45%
El continuo incremento del consumo energético es la base de todo desarrollo. No se concibe alcanzar mayores cotas de confort y bienestar sin aumentar el consumo de energía. Pero el problema se plantea al considerar que el 80% de la energía que se consume en el mundo es de origen fósil, es decir, carbón, petróleo y gas natural y que como cualquier recurso minero tienen los días contados. Dicen que son cuarenta años, pero da igual que sean 60 u 80, el petróleo se acaba, y el gas y el carbón. Y de ahí la necesidad apremiante de preparar un mundo sin energías fósiles, para lo que sólo hay dos caminos: la búsqueda y puesta en práctica de energías alternativas por una parte y, por otra, el ahorro energético masivo. Hay dos energías alternativas más baratas que el petróleo, la nuclear con toda su carga política y la hidráulica sin posibilidad de grandes incrementos. El resto de energías alternativas son más caras que el petróleo: se puede apostar por ellas perdiendo competitivad y, por tanto nivel de vida, o esperar a que el precio del petróleo suba y las iguale para cambiar, pero el efecto económico es el mismo. Por otra parte forzar un drástico ahorro del consumo energético conlleva también una ralentización del desarrollo. Lo que nos lleva a una conclusión que los políticos de todo el mundo tratan de no ver y es que el desarrollo sostenible es, necesariamente, un desarrollo mucho menos atractivo del que se ha vivido en los últimos años.
Un segundo punto fundamental del concepto de sostenibilidad es el mantenimiento del medio ambiente. Y dentro de este capítulo el llamado efecto invernadero. El problema se une al anterior al considerar que el 60% de los gases que provocan dicho efecto vienen de la combustión de los combustibles fósiles. Según la AIE, si su consumo sigue creciendo como hasta ahora, existe el riesgo de un calentamiento global de 6ºC. Por consiguiente, también desde este punto de vista ambiental, la introducción de energías alternativas y el ahorro energético son medidas más necesarias aún. A lo que hay que añadir una tercera vía: la posibilidad de eliminar el CO2 de los gases de combustión, pero empleando para ello importantes inversiones de capital
Son muchos factores más los que se pueden analizar en base a la sostenibilidad, pero, con sólo analizar estos dos aspectos nos debe preocupar que en la próxima reunión de Copenhague sobre cambio climático, los gobernantes de todo el mundo sean consecuentes y alcancen acuerdos más ambiciosos que en Kioto para conseguir un desarrollo que, aunque más caro y más lento, “permita satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas”.
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