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21 de julio de 2012 | Enrique Alcalá Ortiz

Comentarios pasajeros: LA PENÚLTIMA PLAGA

La Biblia judía relata extensamente las plagas que el Dios de los israelitas mandó a Egipto para presionar al faraón, —una especie de dios, sumo pontífice, jefe de estado y de gobierno juntos—, con objeto de que dejara salir de su tierra al pueblo que había elegido. La última fue cruel y despiadada. Mandó un ángel exterminador con espada de fuego y fue entrando en el domicilio de las familias egipcias y matando al hijo primogénito. (También lo hizo con los animales). Terrible e injusto castigo para las gentes que vivían una vida alejada de los conflictos políticos y otros asuntillos de poder y esclavitud. La desolación que sembraron estas muertes causaría sin duda un clamor gigantesco de dolor que haría que el faraón, —cuyo hijo mayor no se escapó de la escabechina—, diese la orden de salida al pueblo cuyo Dios era capaz de tales exterminios y horrendos crímenes.
Siguiendo esta lógica, habría que preguntar el delito que hemos cometido los españoles de a pie, su gobierno o las iglesias de cualquier credo, para que los dioses de nuestro tiempo nos manden la actual crisis que estamos padeciendo que como dure un poco más va a terminar con el estado de bienestar que disfrutamos y nos va a llevar a los españoles a un período de pobreza y padecimientos de aquellos años de las hambrunas de la posguerra. No quiero ser fatalista con estas consideraciones pero observando el panorama de estos últimos años, y como se nos ha ido deteriorando la situación, el futuro se nos presenta preocupante e incierto. La verdad es que la mayoría de la ciudadanía estamos asustados ante esta nueva plaga bíblica cuyo objetivo de depuración desconocemos. Hemos visto, —igual que las familias egipcias—, como se nos ha colado en nuestras casas el ángel exterminador de la crisis económica y financiera, ha matado sueldos, pensiones, ahorros bancarios, ha subido los precios, entre ellos de los carburantes, ha cerrado empresas, empobrecido al pueblo currante y empresarial y nos ha dejado atónitos y desconcertados ante tal castigo sin saber concretamente el pecado cometido, el pueblo que tenemos esclavizado, que debemos liberar, o las acciones que tenemos que llevar a cabo para que no siga deteriorándose el nivel del vida alcanzado durante estos últimos años y no llegue el día que nos tiremos por esos campos a comer lo que nos encontremos por el camino y robar las gallinas despistadas de los cortijos solitarios.
Después de varias plagas de crisis —financiera, de liquidez, de crédito, bancaria, inmobiliaria, empresarial— ahora estamos en las calenturas del endeudamiento público y las graves consecuencias que lleva consigo. Vivimos entrampados por ser unos tramposos, despilfarradores, manirrotos, irresponsables y gestores insensatos que han ido haciendo proyectos de lujo sin ton ni son, abusando del crédito fácil, y viviendo como si fuésemos ricachones, cuando no teníamos activo para hacer frente a tanto derroche. Su pecado de gestión económica ha caído sobre el pueblo llano, que sin saberlo no esperarlo, tiene que pagar las consecuencias con la subida de impuestos, reducción de sueldos, recortes en las prestaciones sociales y un buen número de ciudadanos sin trabajo ni ninguna ayuda.

Plagas prieguenses


Desde la guerra civil, en Priego hemos vivido tres crisis profundas y algunas minicrisis con efectos menores.

La primera de ellas se produjo en los años posteriores a la contienda, provocada en parte por el destrozo de la estructura empresarial, la huida de capitales, sequía, falta de cosechas propias, infraestructuras obsoletas, el cierre de fronteras, la consiguiente falta de ayuda internacional y relaciones comerciales. Fueron días terribles, de escasez de alimentos, hambres generalizadas, pobreza, estraperlo y cartillas de racionamiento. Muchos prieguenses marcharon al extranjero buscando nuevos horizontes, en aquellos años los países latinoamericanos acogieron a millones de españoles. Entre ellos Cuba, Méjico y Argentina.
Cuando el nivel de vida mejoró considerablemente hasta llegar a hablarse del milagro español, en nuestro pueblo nos cogió la crisis de la industria textil. En esta segunda gran crisis, varios miles de empleados en las fábricas textiles se quedaron sin trabajo. Nuestras fábricas no se habían modernizado y sus productos no tenían salida en la nueva y más refinada demanda. Nuestros paisanos, a miles, buscaron caminos en las tierras del norte donde Franco estaba creando los polos de desarrollo. Así Asturias, Madrid y sobre todo Cataluña acogieron a numerosas familias que pudieron rehacer su vida de trabajo y vivir con el sudor de su frente. Se completó la emigración a países de Europa donde se vivían años de esplendor económico.
La tercera gran crisis es esta penúltima plaga que estamos sufriendo. España duplica los índices de paro de la media europea, habiendo alcanzado los cinco millones de desempleados. Según anuncian todos los organismos competentes, tanto nacionales como internacionales, este año, el asunto seguirá agravándose y la solución no se vislumbra a corto plazo a pesar de las reformas que el actual gobierno está llevando a cabo. En Priego, las últimas estadísticas de abril decían que teníamos 2.113 desempleados (1.143 hombres y 970 mujeres) y demandantes de empleo 4.721. Datos preocupantes y espeluznantemente trágicos. Las cifras son aterradoras y combustible propenso para incendios de signo turbulento. En las crisis anteriores a esta asfixia de paro forzoso se buscó alivio huyendo del pueblo a otras zonas de España o del extranjero, pero en esta ocasión esta válvula de escape no existe, puesto que la situación está casi generalizada en los tradicionales lugares de acogida histórica.
La caldera está subiendo constantemente de presión, sin válvula de escape que alivie el peligro de fogonazo. Las leyes de la física nos dicen que con esta situación llegará un día que explote y todo vuele por los aires. El tiempo que tarde en suceder la explosión no se sabe exactamente. Lo que sí es cierto es que sus daños los sufriremos todos y no sólo los primogénitos.

 

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