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6 de abril de 2009 | Juan de Dios López Martínez

Manolo el de la Junta (cuento)

Érase una vez un hombre de dilatada formación académica y gran experiencia en el mundo del trabajo. Un día que se encontraba en el despacho de casa absorto en sus tareas, de repente, viendo a su hijo en la puerta del mismo, le preguntó: —¿Qué quieres, hijo?
—Papá, sé que lo que te voy a decir no te va a gustar, pero no puedo seguir engañándote por más tiempo— Dijo con voz temblorosa.
El padre, preocupado, se quitó las gafas, se reclinó en el sillón y pidió al hijo que se sentara. —Dime, ¿ocurre algo malo?— El hijo se sentó frente al padre y con la vista agachada y la voz temblorosa le dijo: —Papá, no quiero seguir estudiando— El padre se acercó a la mesa, hincó los codos en el tablero y escondió la cara tras las palmas de las manos. Pasado algún tiempo, deslizó suavemente las manos sobre la cara y apoyándolas en la mesa con los dedos entrecruzados, volvió a preguntarle: —¿Qué ocurre, hijo? ¿A qué viene ahora esta decisión?
El hijo sabía perfectamente el daño que estaba infringiendo a su padre, pero seguía firme en su decisión. —Papá, no creas que esto ha sido un arrebato. Lo he pensado mucho a sabiendas del daño que te iba a infringir, pero no puedo engañarte por más tiempo.
El padre, abatido por las palabras de su hijo, intentaba inútilmente de convencerle.
—¿Hijo, sabes cómo es la sociedad hoy en día...? ¡Sin una carrera y un master como mínimo sólo serás carne del cañón del capitalismo!— El padre, angustiado, seguía argumentando todo cuanto creía conveniente para tratar de convencer a su hijo.
—Siempre has sacado sobresaliente, y ni siquiera has terminado el bachillerato ¿No piensas que verdaderamente te estás equivocando?— Preguntó el padre casi con las lágrimas en los ojos.
—Siento el daño que te estoy haciendo, pero lo tengo decidido, papá— Dijo el muchacho levantándose de la mesa. —Lo único que te pido es que hables con alguno de tus amigos para ayudarme a encontrar un trabajo cuanto antes— le rogó el hijo titubeante.
El padre, ocultando su desesperanza y asumiendo la imposibilidad de conseguir que su hijo recapacitara, le dijo: —Bien, veré lo que puedo hacer.
El hombre siguió dándole vueltas a la cabeza intentando conseguir una fórmula que hiciera recapacitar a su hijo. Pensó entonces que con los estudios que tenía no podría obtener un puesto cualificado, todo lo más algún puesto estrictamente manual, así que cuando llevara unos días soportando el duro trabajo seguro que recapacitaría y volvería a sus estudios.
El padre descolgó el teléfono, marcó un número y quedó a la espera de su interlocutor. —Hola, Manolo, soy yo. Siento tener que molestarle— dijo aquel padre bastante apesadumbrado.
Manolo era un gran amigo de la infancia. Ambos se habían criado juntos y sólo se separaron cuando, terminados los estudios, optaron por caminos diferentes. Manolo se dedicó por entero a la política y en esos momentos desempeñaba un alto cargo en la Junta de una de las comunidades autónomas de aquel país.
—¡No me puedo creer que me llames después de tanto tiempo, seguro que algo importante te ocurre!— Le dijo Manolo a su buen amigo. —Cuéntame— Le insistió.
—Pues mira, resulta que mi hijo, tu ahijado, quiere abandonar los estudios, sin que yo encuentre razón alguna en tan drástica decisión. Así que he pensado que si empieza desde abajo tal vez recapacite y vuelva a continuar con ellos. Te llamo para pedirte el favor de que te intereses por él, a ver si puede buscarle un hueco donde empiece desde abajo. Que sepa lo que es el trabajo duro.
—No te preocupes lo más mínimo. Déjalo de mi cuenta. Él que vaya y se afilie al partido. En unos días te llamo— Contestó Manolo colgando seguidamente el teléfono.
Pasaron unos días y el teléfono sonó en el despacho de aquel hombre: —Diga... — contestó. —Soy Manolo y tengo buenas noticias para ti. A tu hijo lo puedo nombrar Director General de Industria. Es un puesto con bastante futuro y con un buen equipo de funcionarios a su cargo. Tiene un sueldo de nueve mil euros al mes. ¿Qué te parece?
—No, no. Yo quiero que empiece desde abajo. Que sepa lo que es trabajar duro— Le contestó inmediatamente aquel hombre. —Busca otra cosa, por favor.
—Bueno, déjame que piense— Volvió a decir Manolo. — En unos días te vuelvo a llamar.
Tras unos días de espera, el teléfono volvió a sonar de nuevo en el despacho de aquel hombre. —Dígame...— contestó. —Soy Manolo, creo que ya tengo resuelto el problema. Hay una vacante de Subdirector General de Justicia. También tiene un buen futuro y un buen equipo de funcionarios a su cargo. El sueldo es de seis mil euros al mes. ¿Qué te parece?
—Que no, que no Manolo. Que yo quiero que empiece desde abajo. Que sepa lo que es trabajar duro. —Volvió a contestarle. —Sigue buscando, por favor.
—Bueno, déjame que vuelva a mirar. En unos días te vuelvo a llamar. —Volvió a insistir Manolo.
Después de unos días de tensa espera, el teléfono del despacho de aquel hombre volvió a sonar—Dígame....—Hola, soy Manolo de nuevo. Creo que ya tengo la solución. Hay una vacante de Vocal Asesor del Presidente. Es un puesto con buen futuro y un buen equipo de funcionarios a su cargo. El sueldo es de cinco mil euros al mes. ¿Qué te parece?
—Que no Manolo, que no. Que yo lo que quiero es que empiece desde abajo, que sepa lo que es trabajar duro, que tenga un sueldo entre ochocientos o mil euros. No sé si me entiendes... —Dijo aquel hombre esperando que su amigo Manolo le comprendiera.
—No es posible que me estés pidiendo eso— Dijo Manolo sobresaltado. —Nuestra amistad es mucha, pero lo que me pides es imposible.
Aquel hombre, todo contrariado al oír a su amigo Manolo, no entendía muy bien a lo que éste se refería, por lo que le volvió a preguntar.
—¿Pero qué tiene de malo que empiece desde abajo con un sueldo de ochocientos o mil euros?— Preguntó sorprendido.
—Pues tiene que esos puestos sólo los pueden desempeñar funcionarios, y la Constitución dice que el acceso a la Función Pública debe respetar los principios de igualdad, mérito y capacidad. Se necesitan estudios, hacer unas oposiciones y superar un período de prácticas. Tu hijo no tiene siquiera los estudios para presentarse a las oposiciones. Si yo interviniese la justicia me acusaría de prevaricación y toda la opinión pública se me echaría encima acusándome de favoritismo ¿Es que no lo comprendes?
A aquel buen hombre no le quedó más remedio que acceder al ofrecimiento de su amigo Manolo. El hijo, después de un tiempo deambulando por puestos en la Junta, llegó a amasar una gran fortuna, incluso llegó a ser ministro. El padre, sin embargo, nunca tuvo el orgullo de ver a su hijo con una formación académica, profesional y humana como cualquier ciudadano de bien.

 

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