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29 de noviembre de 2017 | Ángel Alcalá Pedrajas

VIAJAR A GRECIA (III)

Museo de Delfos

Tras almorzar en el Hotel Stanley, del que nos despedimos, un autobús nos lleva a dar una vuelta panorámica por el sector moderno de ATENAS. Desde su asiento de guía, Nina nos va explicando que esta ciudad, capital de Grecia, tiene tres millones y medio de habitantes. Prácticamente, la mitad de toda la población griega. Una ciudad  muy antigua, aunque de aspecto y ambiente innegablemente actual. Por un lado, sus viejas ruinas son joyas de singular belleza, que desde hace 25 siglos la configuran y dominan particularmente desde la Acrópolis; pero por otro lado, también su tráfico intenso y su animación indican que Atenas, más que una ciudad para turistas interesados sólo en los vestigios del pasado, es una capital de Estado, que vive de sus funciones administrativas y económicas. Fácilmente os podréis dar cuenta de ello, nos dice la guía, si miráis con atención, aunque ahora sólo desde las ventanillas del autobús, los importantes enclaves por donde vamos pasando como sonPlatia Síndagma, Palacio del Parlamento, Monumento al Soldado Desconocido, Palacio del Museo Benáki, Mansión Presidencial, Estadio Panatenaico… Luego, ya a pie, entramos en una casa neo-renacentista del siglo XIX, que acoge el  Museo Bizantino, vasta reseña de arte paleocristiano, bizantino y post-bizantino. Aquí pasamos dos horas viendo sus fondos de mosaicos, esculturas, frescos, tapices y, sobre todo, los llamativos y riquísimos iconos. Y luego otras tres horas de nuevo en el autobús, que  ya hacia las 21 horas, nos deja para cenar y dormir en el “Anemolia”, un precioso y acogedor Hotel de montaña, cercano a Delfos.

Al día siguiente, sobre las 8’ 30 de la mañana, salimos del “Anemolia” con el propósito de llegar lo más pronto posible a DELFOS, una ciudad actualmente habitada por 3. 500 humanos; pero rayana desde siempre en la mitología y la leyenda.  ¿Quién no ha oído hablar del Santuario o del Oráculo o de la Pitonisa de Delfos? Delfos, nos explica Nina, se halla a los pies del monte Parnaso, cerca de donde se hallaba el célebre Santuario. En la actualidad es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes del mundo, además de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Desde tiempos remotos estuvo considerada como lugar sagrado, donde se veneraba a la diosa madre Gea y su hija Temis,  y la fuente del oráculo estaba custodiada por la serpiente Pitón. Junto a ellas también recibía culto Poseidón, dios de las fuentes y los ríos. Por tanto, merecía la pena dedicar toda la mañana de nuestra quinta jornada a conocer el yacimiento y el Museo. Empezamos por entrar en éste, lo que nos permitió tener, a dos palmos de nuestros ojos, piezas de un valor incalculable y hasta ahora sólo contempladas por nosotros en los libros de Arte, por ejemplo,  el relieve del tesoro de Sifno, la esfinge alada, los gigantescos kouroi, el exvoto del toro, el auriga de Delfos, la estatua de Antínoo, etc. Al salir del Museo, una suavísima lluvia cae sobre nuestras cabezas a la par que refresca la mañana. Ello nos anima aún más a recorrer entusiasmados las nobilísimas ruinas del recinto arqueológico, que enclavado entre colosales paredes rocosas, consta de tres partes principales: en lo alto, La Vía Sacra, El Templo de Apolo, El Exvoto de los atenienses, El Santuario de Atenea, El Teatro, El Estadio; en el centro, La fuente Castalia; debajo,  El Gimnasio y Terraza Marmariá. Justamente en el pronaos del templo de Apolo es donde aparecían grabadas las famosas sentencias de los Siete Sabios, entre ellos del gran Sócrates: “Conócete a ti mismo, “Nada en demasía”, etc. y se levantaba una broncínea estatua de Homero.

Está bien entrado el mediodía cuando entramos en la taberna “Agelos”, enclavada en un bellísimo paisaje campesino. Aquí descansamos, degustando al mismo tiempo un típico y delicioso almuerzo. Luego partimos rumbo a KALAMBAKA, ciudad de 12. 000 habitantes, que fue destruida por los alemanes durante la II Guerra Mundial y cuyo único testimonio de la antigüedad es su Mitrópoli o catedral erigida en el s. XII, reutilizando materiales paleocristianos. Durante el trayecto hacemos dos paradas: la primera en el Monasterio Bizantino de Ossios Lukas, uno de los monumentos más importantes de Grecia, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco; fundado en el siglo XI sobre la tumba del santo eremita Lucas el Stiriota, que aquí falleció el año 953, pronto se convirtió en un lugar de peregrinación para los fieles; son partes esenciales de este conjunto monástico la “Katholikón” o Iglesia principal construida en el siglo XI en honor del evangelista San Lucas, y la “Theotókos” o antigua Iglesia de la Virgen construida en el siglo X; ambas perfectos ejemplos de edificios con planta de cruz griega, de elegantes proporciones, delicada ornamentación escultórica y bellísimos mosaicos. Y la segunda parada, nada menos que en el famosísimo “Estrecho de las Termópylas” o el de fuentes calientes. En este mismo desfiladero, según cuenta la historia, durante la Segunda Guerra Médica, una alianza de polis griegas lideradas por Esparta en tierra y por Atenas en el mar, lucharon heroicamente para impedir que el ejército persa de Jerjes I invadiera su patria común: Grecia… Pero qué desilusión. Aquí  ya no existe estrecho ni desfiladero alguno: si bien a un costado permanece la montaña con su cascada de aguas termales, al otro ya no hay mar, sino una extensísima ladera llana como la palma de la mano… Ajena por completo a estos bélicos sucesos del pasado, y aunque la tarde es calurosa, una mujer toma su baño medicinal bajo el ardiente brazo de agua… Nosotros la dejamos, secándose con parsimonia, pues nos quedan todavía más de tres horas de carretera. Por fin, y ya noche cerrada, podemos apeamos ante el Hotel Divani Meteora, donde tenemos concertada cena y alojamiento. (CONTINUARÁ)  

 

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