Hace ya más de ochenta años que Ortega y Gasset expuso por primera vez su “Teoría de Andalucía”, cuyo contenido todavía hoy nos resulta difícil de comprender. He vuelto a recordar dicho ensayo al leer el último párrafo – tremendo – del reciente artículo del profesor Cuenca Toribio, titulado “Córdoba: horas muy graves”, publicado en este diario.
Me pregunto: ¿es que en pleno siglo XXI todavía no sabemos los andaluces si hemos de optar y en qué medida, por el progreso o por la tradición; por la excelencia o por la mediocridad; por el inconformismo o por la abulia?. Por el contrario, ¿será acaso que nuestra situación responde a esa “ecuación perfecta” entre el esfuerzo y la holgazanería que Ortega nos adjudicaba?.
Tras elogiar sin ambages la cultura y la historia andaluza como “hegemónica” en el conjunto de los pueblos de España, como vencedora siempre sobre sus invasores, el filósofo explicó su tesis con pocas palabras: “el problema de la vida se puede plantear de dos maneras distintas. Si por vida entendemos una existencia de máxima intensidad, la vida nos obligará a afrontar un esfuerzo máximo. Pero reduzcamos previamente el problema vital, aspiremos sólo a una “vita mínima”: entonces, con un mínimo esfuerzo, obtendremos una ecuación tan perfecta como la del pueblo más hazañoso. Este es el caso del andaluz. Su solución es profunda e ingeniosa. En vez de aumentar el haber, disminuye el debe; en vez de esforzarse para vivir, vive para no esforzarse, hace de la evitación del esfuerzo principio de su existencia”. Conclusión esta por cierto, muy cercana – creo – al concepto de “senequismo” que se ha señalado como rasgo definitorio de “lo cordobés” y que por extensión, también lo sería de “lo andaluz”.
Pero no parece aceptable sin más, que tras más de 30 años de democracia y casi los mismos de integración en Europa, Andalucía siga siendo la última de España y casi la última de Europa en tantas cosas. Cuando nos dicen que más de 370.000 andaluces viven por debajo del umbral de la pobreza severa o constatamos que un millón de andaluces no tiene hoy trabajo, no podemos admitir que esa ecuación de la que habla Ortega sea en absoluto perfecta.
Otras previsiones han resultado igualmente fallidas. En 1969, el prestigioso catedrático catalán Miguel Siguán Soler lanzaba su “Nueva Teoría de Andalucía”, en la que comparaba dos interpretaciones del espíritu de nuestra tierra; según la interpretación “cultural” – en línea con las ideas de Ortega - la mentalidad andaluza es extraña al desarrollo; según la interpretación “socioeconómica”, el cambio en Andalucía era imprescindible. El profesor Siguán Soler terminaba su estudio afirmando que la industrialización de Andalucía era en aquel momento posible, que esa oportunidad no se escaparía esta vez y que esa transformación cambiaría incluso las formas de vida y el carácter de los andaluces. Pocos años después, el cordobés J.J. Rodríguez Alcaide publicó su libro “Andalucía ahora o nunca” cuyo contenido no se refería solamente a un momento político, preñado de futuro, sino sobre todo a una oportunidad de transformación económica y social.
Pasados 40 años podemos afirmar que aquella industrialización no se produjo, ni tampoco esa transformación económica; que Andalucía – cómoda en su laberinto – sigue viviendo como hace medio siglo del campo y del turismo; que el pueblo andaluz sigue instalado en el conformismo y que gran parte de él se siente más a gusto entregado a la práctica de sus tradiciones – la taberna o el chiringuito, la cofradía y las procesiones, el perol y la siesta – , que luchando por el progreso y por un más alto nivel de vida.
El resultado final es pues, demoledor. Decía Cuenca Toribio en el citado artículo: “La situación de Córdoba – urbe y provincia – es, a la fecha, sumamente grave, sin que quepa descartar que pronto sea crítica. /…/ Solamente tocando a rebato de voluntades y energías, las generaciones juveniles conocerán la esperanza y quizás el triunfo.”
Es decir, que no nos sirve en absoluto el “ideal paradisíaco de la vida” que nos atribuye Ortega; que la ecuación debe romperse a favor del esfuerzo; que frente al conformismo perpetuo, no nos queda otro remedio que la movilización por un cambio profundo de actitudes. No digo que haya que abandonar las tradiciones ni aquello que nos permite llevar una vida placentera; digo que hemos de aspirar con más fuerzas, con hechos, no con palabras vacías, a metas más altas en los campos del desarrollo económico, de la educación, de la cultura…
Tampoco el senequismo nos salva ni nos sirve pues como ha dicho el exministro Manuel Pimentel: "Senequismo es algo que la pasividad política usa como coartada".
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