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13 de febrero de 2017 | Pelagio Forcada Serrano

ANANKÁION - Insolidaridad y Despersonificación

Necesario sería que nos diésemos cuenta de lo estéril que ha sido llegar al siglo de la comunicación, mientras vivimos más incomunicados que nunca. ¿De qué nos han servido los ordenadores y los teléfonos móviles? Internet, mensajes, correos electrónicos, twiter, facebook y whatsaph, sirven para contactar con todo el mundo, si bien las relaciones familiares, de amigos y compañeros de profesión y asociación se han ido despersonalizando.

Somos seres sociales por naturaleza, pero jamás hemos vivido tan solos como quien vive en un rascacielos, donde no se conocen ni los vecinos de la misma planta. Sólo existe el individualismo; se están disipando paulatinamente las relaciones de pareja, familia, amigos y compañeros, y nada nos importa disfrutar con ellos sus momentos entrañables y también mostrarles nuestro cariño en los dolorosos.

Hablamos demasiado de este tema, sin embargo no tenemos tiempo de afrontar la situación y atajar la frialdad que embarga nuestros vínculos. Cómo se han entibiado y distanciado las relaciones íntimas de la familia, el cariño sincero de los amigos, el aprecio afectuoso a los compañeros de trabajo, y de las asociaciones culturales, recreativas y deportivas a las que pertenecemos.

Ya no estamos ni “pa” copas, peroles y fiestas que propiciaban la estima y calidez de quienes sentían empatía y afinidad mutuas. Si no favorecemos esos momentos, menos lo haremos por contribuir en tareas asociativas que suponen implicación y colaboración. Casi todo nos parece intrascendente.

En los gremios profesionales y asociaciones cada vez hay menos compañerismo, y “como aquél lo hace mal, yo por qué lo voy a hacer bien”. Se promueve el absentismo injustificado, la crítica al compañero, el incumplimiento horario, el irrecuperable tiempo en fumar y tontear con el móvil. De personalismos, mejor no hablar; quien menos debe más se queja, protegido por el que hace la vista gorda.

Cada uno a lo suyo, todos nos hemos vuelto más distantes y no estamos dispuestos ni para los momentos buenos. ¡Qué difícil es reunirse como antes, para reforzar los lazos de amistad y cariño! Ahora siempre hay excusas, prejuicios, comentarios inoportunos, orgullos y vanidades que nos distancian y desunen. Vemos la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio. Doramos la píldora al poderoso y damos la espalda al humilde. Hay personas que se creen muy merecidas y no agradecen las atenciones recibidas, y por orgullo piensan que los demás no son dignos de ellas.

Solidaridad no es sólo empatizar con el necesitado y ayudarle, es también una comunidad de intereses y responsabilidades entre personas. En la base de todo, el compromiso, la responsabilidad y el respeto, que evitarán roces, rencillas absurdas y hasta rupturas dolorosas. No esperemos las ausencias para hablar mal, para indisponer contra los que tanto pueden aportar al grupo y a sus individualidades. Intentemos ser “cofrades”, es decir, disfrutar y sufrir “con los hermanos” en lugar de buscar siempre la excusa para culpar a los demás.

Antes no era así. Hay que recuperar los valores adormecidos y el tiempo perdido; abandonar la despersonificación que nos llevó a dejar de ser personas. Olvidar el sentimiento de no ser el mismo que eras, por inadaptación al tiempo, al ambiente o por haber forjado una personalidad confundida que no distingue el “hay que estar” del “da igual estar”.

Exigimos derechos, y pensamos que obligaciones sólo tienen los demás. Necesitamos estrechar vínculos y anudar lazos de amistad y respeto. Los estoicos consideraban a las personas, máscaras que representaban en la vida su papel; no podemos ser actores hipócritas, sino seres racionales y morales que nos debemos a amigos y compañeros, y con ellos nos implicaremos sin personalismos de predilección o aversión.

Las sicopatías de nuestra personalidad manifiestan inmadurez,  inestabilidad emotiva, falta de integración y egocentrismo, favorecedores de la indiferencia. Evitemos despersonalizarnos y actuar como animales o cosas; hemos de afianzar nuestras afinidades y alianzas, pues si el hombre no tiene ilusión y confianza es una entelequia, y si no tiene amigos está solo, y la soledad puede ser umbral del desánimo, la depresión y la muerte.

Avivemos nuestra lealtad, afecto y amor a los amigos, cuya solera como la del buen vino los conservará para siempre. Disfruta de las pequeñas cosas del día a día, pero hazlo con tu familia, amigos y compañeros; nunca olvides que eres importante para ellos, que te necesitan y te quieren para compartir lo mucho bueno y lo poco malo que nos depara la vida. Si es poco lo que te une poténcialo, y si es mucho atesóralo para siempre.

La amistad son sonrisas, lágrimas y abrazos de gratitud por la felicidad recibida, a la que responderemos con las mismas armas para engrosar la lista de amigos que se quieren sin remilgos, evasivas y disculpas.

Decían los sabios griegos: “Escribe en la arena los defectos del amigo, rechaza la amistad de los ambiguos y comprobarás que el tiempo acredita los que son y lo que valen”.

 

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