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1 de octubre de 2018 | Antonio Marín Cantero - Londres 2018

Pelotazo, canción y rosario

 

El término pelotazo se acuñó a principio de los años 80 del siglo pasado. Se trataba de ganar montañas de dinero y de forma muy rápida. Básicamente operaciones especulativas en el sector financiero, construcción e inmobiliario,  pero también en otras áreas de la economía como comercio, industria y medios de comunicación. Se compraba y se vendía con unas plusvalías enormes. El exponente y la imagen más fea del capitalismo. Personajes más representativos de esta época fueron de esta época fueron Mario Conde y Javier de la Rosa. José María Ruiz Mateos que floreció en los 70/80 con su Rumasa fue un caso atípico ya que en vez de pelotazos cosechó batacazos. 

El actor Fernando Fernán Gómez dijo entonces que se vivía igual de bien con mil millones que con dos mil. Y es que no se entendía esa avaricia y ansia de acumular millones y más millones. Para mí, no obstante, el primer pelotazo se registró en otra esfera. 

Espero que no se me considere irreverente y poco respetuoso porque entiendo que me refiero a personajes mitológicos o alegóricos si se quiere. SÌ, el primer lo protagonizó Abel, el hermano bueno de la historia. No ciertamente para mi, que lo califico de mal hermano,  egoísta, aprovechado y ventajista. Llega Caín,  cansado y exhausto de varios días de cacería,  hambriento,  probablemente sin ninguna pieza de caza en el zurrón. La historia no cuenta si Abel, reticente a darle comida, le pidió el derecho de primogenitura o si Caín se la ofreció primero. En cualquier caso, un trato injusto, chantaje claro ante una situación de necesidad y con unos beneficios desproporcionados. La historia no cuenta que Caín rompiera el acuerdo lo que demuestra su seriedad. SÌ menciona que semanas, meses o años después,  hubo una trifulca entre ellos y Caín mató a Abel con una quijada de asno. 

No estimo que fuera así. Lo de la quijada es un adorno literario ya que estos huesos no creo que estuvieran disponibles y tan a mano así como así. Más bien pudo ser que Caín, cazador y caminante de muchas leguas, era más fuerte y corpulento y le dio un empujoncito y Abel,  más oportunista mentalmente pero más enclenque y poco activo físicamente,  resbaló un poco, perdió el equilibrio y se golpeó la sien en un pedrusco, que entonces no había bordillos. Cualquier abogado penalista probaría que no fue un homicidio intencionado ni premeditado,  e incluso no procedería considerarlo un acto de imprudencia temeraria. El juez, eso sí, obligaría a Caín a dar alguna compensación a los herederos del difunto. Caín, insolvente,  ofrecería unos sacos de lentejas al semestre y canastas de frutas de temporada. 

Me viene a cuento este relato cuando leo que en los juzgados españoles se amontonan cientos de procesos por corrupción, argucias y artimañas ilícitas para llenarse los bolsillos. Esto daña la imagen de la ciudadanía y de país. Lamentable, sí. Porque, además, en la mayoría de los casos, se trata de personas que ya registran un patrimonio aceptable y por sus actividades y profesión tienen ingresos 

que multiplican por muchísimo el salario medio de un trabajador. 

Está bien fijarse metas, marcarse logros y ambiciones en todos los campos pero sin que desemboquen en la vanidad y avaricia desmesurada. Hay que dar por buena una posición holgada y cómoda e incluso amar lo suficiente y pequeño, sin caer en la ironía de Groucho Marx: "una pequeña mansión, un pequeño yate, un pequeño Cadillac". Por cierto que en la tumba de este personaje, tan educado,  se lee: "perdone que no me levante".

 

Canción. Siempre que visito Priego recorro prácticamente todas sus calles, con caminar lento, recordando, observando, captando olores y sonidos, atento a las expresiones verbales,  en acento y matices, de los vecinos.  Me adentro en los bares con más clientela, en supermercados. Así, en una calle, casa de puerta abierta,  sale la voz de una Lola Flores muy acelerada con "ese toro enamorao de la luna". Esta canción siempre me pareció malísima; es una andanada de pentagramas con una cadencia repetitiva. Y la lírica peor todavía: "un toro pintao de amapola y aceituna". Y para remate: "sus patas parecen abanicos de colores".  ¡Vaya buena literatura! ¡Y pensar que los autores cobrarían derechos de autor! Sale la señora de la casa con un cesto de la compra y le pregunto si le gusta la canción. 

-  No. ¡Es una paparrucha!

¡Pues eso!

Rosario. Entro en un bar muy concurrido. Hay clientes echando una partida de cartas; otros muy atentos mirando la televisión. Les pregunto de qué va el programa. 

- Viejo que busca a vieja o ésta que busca a viejo. 

Así de directo el lenguaje, nada de eufemismos, de definiciones blandas, personas mayores... ¡Interesante! replico perplejo. 

En efecto, en la pantalla aparece una mujer que dice tener 65 años, buena presencia, sonrisa abierta,  divorciada o viuda, no recuerdo. Habla de su relación anterior y cuenta que en la noche de bodas, su marido, "para que todo saliera bien",  se puso a rezar el rosario. Y se desternillaba de risa. Y la audiencia también, claro. Dejo el bar compungido de lo que suelta la caja tonta, que tiene su público al parecer, y me pierdo campo adentro, por la vega, buscando la modernidad. 

 

 

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